Otras Tradiciones

 

 

 

Festividad de Reyes

Esta era y sigue siendo la fiesta más esperada por la chiquillería. Antiguamente, en las casas que había algún minero se ponía en el capazo de ir a la mina o en el de dar pienso a las caballerías una buena ración de cebada para los camellos y al lado alguna copita de aguardiente para Sus Majestades y el séquito real. Los juguetes o regalos deseados se buscaban a la mañana siguiente en el mismo capazo.
Actualmente, en la noche del día 5 de enero acuden personalmente los Reyes Magos de Oriente, con la colaboración de los jóvenes de la localidad, haciendo entrega a niños y mayores de sus presentes en una bonita ceremonia.

Hoguera de San Antón

Recuerdan los más ancianos que la hoguera se plantaba por los hombres del pueblo y de las masías, con la leña que habían traído días antes, alrededor de un esbelto pino, al que dejaban solo “la capolla” (ultimas ramas de la copa) sin cortar. Se realizaba en la plaza de la Constitución, frente al Ayuntamiento, mientras ésta conservó el suelo empedrado. Tras su encementado se trasladó a la plaza de la Escuela.

Al anochecer encendían la hoguera con ramas secas y alrededor de la misma se iba congregando la gente, allí entre risas y frotamanos contaban sus anécdotas. Transcurridas unas horas, la gente mayor y los críos se iban marchando a sus casas, quedándose al final un grupo más reducido, que aprovechando las brasas que dejaba la hoguera echaban productos de la matanza para que se asaran y luego se los comían, alargando la velada.

A partir de la década de los cincuenta eran los chicos en edad escolar quienes preparaban la hoguera con la leña que días antes pedían por las casas del pueblo. Agradecían la leña dada con la frase: “que Sant Antoni li guardo lo gorrino”, mientras que si la gente era tacaña, se les recordaba que el santo no les guardaría los animales de la casa.

En el rincón exterior de la iglesia con la plaza de la Escuela, apilaban los troncos recogidos. Al salir de la escuela era costumbre coger la merienda: una rebanada de pan untado con manteca y azúcar por encima, llevar un hacha, sierra y cuerdas, e ir por “La solana” y camino de la “Font de Dalt” a cortar unas ramas de carrasca y de pino, transportándolas a mano, hasta la plaza, que tenía el suelo de tierra.

En la tarde de la festividad los mozos y zagales iban, después de comer, a por un pino, que ya tenían visto con anterioridad. Lo cortaban y lo traían, arrastrado por una caballería hasta la plaza. Se encendía al anochecer y cada uno se asaba el chorizo, que traía de casa.

Hoy en día todavía se continúa con esta tradición. Un sábado cercano a la fecha del santo, por la mañana se recolecta leña de carrasca y pino de algún pinar cercano a la localidad, se planta la hoguera, prendiendo esta al anochecer, procurando tener brasa abundante para poder asar chorizos, longanizas o algo de carne de cordero para hacer una cena todo aquel que quiera esa misma noche.

Hoguera de Santa Águeda

Nace tras la posguerra, cuando la mujer empieza a ser parte más activa en la vida social de los núcleos rurales. Las chicas, en edad escolar, se reunían en la plaza de la Escuela y preparaban su hoguera siguiendo el mismo esquema que los chicos hacían para San Antón: pero agradeciendo la leña dada con un: “que Santa Águeda li guardo la mamella”. A veces se aprovechaba el pino central de la hoguera anterior si no estaba muy quemado. La mayoría de las veces algún familiar traía un nuevo pino, que rivalizaba en altura con el de San Antón. Era una competición con los chicos para ver qué hoguera era la mayor. Se asaban chorizos o longanizas, que cada cual traía de casa.

Hoy en día se siguen haciendo estas dos hogueras gracias al empeño de un grupo de personas, que fieles a continuar la tradición, preparan una tractorada de leña el sábado por la mañana y por la tarde encienden la hoguera de cada celebración, que suelen acomodarse al fin de semana más cercano a la a fecha de estos santos, por la noche se suele realizar una cena con lo asado en las brasas de la hoguera para todos vecinos del pueblo que desean acudir.

Carnaval

La fiesta comenzaba con el jueves lardero, fecha en la que se preparaban “les pilotes de carnestoltes”, a base de pan rallado, huevo y carne del caldo troceada a la que se le añadía trocitos de chorizo, longaniza, ajos, perejil y jamón; y se servían acompañando un caldo de presa, bien caliente.

En esta festividad eran los quintos los encargados de preparar el pino y la leña para la hoguera, pidiéndola por las masías y el pueblo. Se encendía el domingo de carnaval. La quintada hacía toda la semana fiesta, tenían por costumbre comprar en “el Mas de San” un choto, al que toreaban y luego guisaban. Como anécdota decir que a finales de los años veinte la hoguera y el pino eran tan grandes que acabaron quemando “lo campanal”, que acabó reconstruyéndose tras la guerra en forma de pirámide cuadrangular.

También algunas mujeres, con la cara y la ropa manchadas de “follí”, salían a la calle con escobas llenas de ceniza manchando a los que se encontraban.

En estas fechas en la mayoría de las casas se hacían buñuelos y se servían con miel.

Tras la guerra se prohíben todas estas manifestaciones festivas, aunque los niños salían al campo a merendar, luego se disfrazaban utilizando los forros de prendas poco usadas, pijamas viejos, pañuelos de color y todos aquellos complementos que transfiguraban la personalidad de quien los utilizaba. Así paseaban por el pueblo y en alguna casa les invitaban a pastas.

Semana Santa

Comenzaba con “lo día de la confesera”, acudían al pueblo varios curas de localidades vecinas y tras un acto de penitencia general pasaba cada persona a confesar sus faltas al sacerdote con el que tuviera más confianza. Los curas llevaban un estricto control de los fieles que confesaban y comulgaban. Era habitual, al finalizar la misa, pasar por la sacristía “a fe la creu”, costumbre mantenida hasta mediados de los años sesenta.

En la tarde del Miércoles Santo y la mañana del Jueves Santo se preparaba el monumento conocido en la localidad como “lo molimén”. Estaba instalado en el actual altar de La Purísima y separado del resto por paños morados que tapaban el hueco desde la columna hasta la pared del altar mayor. Por una escalinata alfombrada se accedía hasta el sagrario que contenía el Santísimo. Adornaban el altar, ramos de almendro u otros frutales en flor y candelabros con velas. Durante la celebración de los Santos Oficios, en la tarde del jueves santo, se trasladaba el Santísimo al “molimén” y se velaba por dos o más personas, postradas en los reclinatorios, a turnos hasta los Oficios del Viernes Santo.

Una cuadrilla de monaguillos ataviados con sus respectivas albas y portando en sus manos unas “matracas” (instrumento de percusión hecho de madera, que sustituía a la campanilla en este tiempo litúrgico) recorrían las calles del pueblo y en cada uno de los puntos donde el alguacil o alguacila pregonaba, ellos paraban y a coro recitaban el siguiente aviso: “homens y dones als oficis, que va´l primé, segundo o tercé toc” y marchaban hasta la siguiente parada haciendo sonar sus matracas. Tras acabar el recorrido avisando el “tercé toc” entraban en el templo y el sacerdote los situaba en el altar mayor, a su lado y comenzaba los Oficios.

El Viernes Santo se repetía por la mañana la misma ceremonia, pero cambiando el mensaje, decían ahora: “homens y dones a les creus, que va´l prime, segundo o tercé toc”. Cuando llegaban a la Iglesia el cura comenzaba ahora el Vía Crucis. Por la tarde los monaguillos avisaban de nuevo, con su: “homens y dones al sermó, que va´l primé,…, toc”. Esta costumbre se mantiene todavía viva en la actualidad. Dependiendo de las obligaciones del cura con las parroquias que atiende, el viernes solo hace un acto.

Desde 1940 hasta la década de los sesenta, el día de Viernes Santo, se hacía el Vía Crucis de Pasión por un itinerario urbano establecido y con la participación mayoritaria de todo el pueblo. Abría la comitiva el sacristán portando la cruz, le seguían a corta distancia, el sacerdote con sus monaguillos y a continuación los fieles, en sendas filas, diferenciadas en cada una los hombres y las mujeres. El recorrido lo hacían saliendo de la iglesia y giraban, calle abajo, en dirección a la Cruz de las Eras (situada donde actualmente se emplaza el transformador eléctrico, al lado de la piscina), allí se ubicaba un gran pedestal de piedra, de forma cilíndrica, con una cruz de madera clavada en el centro, donde se rezaba la primera estación. Luego, seguían dirección hacia San Cristóbal y subían hasta la ermita, haciendo las sucesivas estaciones, para volver por la calle del Ráfec a la iglesia. Se rememoraba asía el penoso camino que Cristo hizo hasta el monte Calvario.

Se mantenía la abstinencia comiendo “los fesols de dijuni en alioli y abadexo”: comida a base de judías blancas, sin carne, con salsa de aceite, ajo y huevo y bacalao desalado para segundo.

El Sábado Santo, por la noche, era la Vigilia Pascual. Se hacía una pequeña hoguera, enfrente de la puerta del templo. Allí se encendía el Cirio Pascual con el que se entraba en la iglesia, en procesión.

La «replegá» de la rosca

Es una costumbre muy arraigada en la localidad durante la mañana del Domingo de Pascua.

Hace bastantes años que en el horno se amasaban las roscas que podían ser de varios tipos:
– de masa de pan con tajadas, en adobo y huevos duros, que servían para el Lunes de Pascua;
– dulces, a base de “pasta de mostachóns”, redondas o en forma piramidal adornadas con merengue, confites, figuras de azúcar y flores de oblea.

En casa de la madrina, los niños y niñas que no habían realizado la Primera Comunión recogían la rosca provistos de una cesta de mimbre. En las otras casas, que les invitaban a pasar, les daban frutas, huevos, caramelos, pastas, etc.

Hoy, con el horno cerrado, se mantiene la tradición cambiando las frutas y huevos por bolsas de chucherías, huevos de chocolate y otras laminerías.

San Juan

Era costumbre madrugar y acercarse hasta la «bassa Cantagallos», u otras balsas o fuentes cercanas al pueblo, para lavarse la cara y los brazos con las primeras luces del alba. Se decía que con este rito se aportaba belleza y propiedades terapéuticas al organismo. En ocasiones los mozos alargaban la fiesta hasta el momento de lavarse y después emprendían la faena de ir a segar.

Entre las personas de mayor edad había quien recogía plantas medicinales, muy abundantes en el lugar, en esta mágica madrugada, para posteriores usos curativos en forma de tisanas, emplastos, vahos, friegas o inhalaciones. Existía la creencia de que desaparecían las verrugas si se frotaban con la primera hierba que cogías saliendo de casa, al amanecer, con los ojos cerrados.

Las personas que no salían por sus ocupaciones colocaban una palangana con agua a la serena y se lavaban la cara a la mañana siguiente antes de la salida del sol.

Día del Pilar

En su víspera y después de cenar se hacían hogueras por calles. Las casas que querían se reunían y alargaban la velada asando mazorcas de maíz, membrillos y otros frutos del tiempo. Por otro lado, los chicos y chicas que ya habían realizado la Primera Comunión organizaban «lifaras» o meriendas cada año en una casa.

Santa Bárbara

A partir de los años 50, La Cerollera fue un municipio donde la mayor parte de sus vecinos trabajaron en las explotaciones mineras de carbón y arcillas refractarias de su propio término y de los vecinos de Cañada y Belmonte. Para honrar a su patrona, los mineros hacían un día de fiesta. Algunas empresas colaboraban aportando alguna cantidad para el sostenimiento de la fiesta. Se iba a misa por la Santa y a la salida se tomaba un aperitivo en el bar. Después, los trabajadores de cada mina se iban a comer a una casa.

A finales de los setenta, se hacía una comida en el bar local a la que asistían la totalidad de los mineros, aunque cada vez menos. Algunos años se amenizó la festividad con sesiones de baile.

La progresiva jubilación de los mineros veteranos, la mecanización en los tajos y la escasa mano de obra joven hicieron que esta fiesta se perdiera.

Las esquellotadas

Se realizaban con motivo de las nupcias de algún viudo o viuda.
En caso de que los nuevos esposos no quisieran invitar a los mozos del pueblo, tras la boda estos les preparaban la «esquellotada» a la que se sumaban otras personas con ánimo de juerga. Así, por la noche se preparaban los utensilios viejos de cocina, trastos inservibles, aperos de labranza en desuso, vagonetas de las escombreras de las minas, carros y trillos de las eras y cuantos objetos estuvieran al alcance del grupo. Con todo ese instrumental se caminaba en grupo hasta la casa de los novios haciendo el mayor ruido posible. Se permanecía delante de la puerta para que los convidaran, redoblando cada vez más el estruendoso concierto a medida que pasaba el tiempo. Si no invitaban y la gente se cansaba, dejaban amontonados en las puerta todos los trastos guardándose los más ruidosos para la noche siguiente y así hasta conseguir la invitación.

Las cencerradas dependían de las circunstancias de los novios. Algunos, para evitarla, comunicaban a los mozos que les invitarían, por lo que ya no se hacía. Otros, más juerguistas, anunciaban que no habría invitación si la esquellotada no era muy sonada.

Se cuenta la anécdota de que al casarse dos viudos la cencerrada terminó invitándoles a una portadora (recipiente de madera para transporte y almacenaje de vino con una capacidad equivalente a 50 litros) llena de vino y no se despidieron los asistentes hasta que la dejaron vacía.

Calçotada

Desde hace ya unos años se viene celebrando esta fiesta gastronómica también en nuestra localidad. La calçotada es típica de Cataluña y originaria de Valls (Tarragona), siendo febrero y marzo las fechas más habituales para su celebración.

Los «calçots», una variedad de cebolletas especialmente cultivada para este propósito, se asan directamente sobre la llama del fuego, siendo habitual el uso de sarmientos o ramas secas para lograr tal efecto. Así, la capa exterior de los calçots se calcina, quedando cocidos en su punto y dejando el interior tierno. Una vez asados, se envuelven en papel de periódico para mantener el calor y es así como se sirven en la mesa.

Los calçots se comen quitando la capa carbonizada con las manos (es por ello inevitable mancharse) y se acompañan con una salsa especial, similar a la romesco, realizada con ajos y tomates asados, almendras y avellanas tostadas y molidas, pan, ñora, aceite de oliva y sal. Como segundo plato es costumbre asar carne aprovechando las brasas del fuego empleado para los calçots.

La Navidad

La familia se reunía en la víspera y se preparaba el «guirlache» (turrón elaborado con almendras y azúcar caramelizado), que ya probaban esa misma noche después de cenar. Era una fiesta que se disfrutaba en el ambiente familiar.

Durante la mañana del día de Navidad se mantiene la costumbre de que los niños que aún no han tomado la Primera Comunión pasen por las casas del pueblo a «replegá l’arguinaldo» (recoger el aguinaldo). Se repite el mismo esquema que en Pascua con «la Rosca», recogiendo esta vez por las casas guirlache, naranjas, confites, chocolate y otras chucherías.

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